mamá, vamos a la vólvor

Había tres grandes almacenes. Grandes porque ocupaban casi una manzana completa cada uno, no porque tuvieran de todo. En los 60 y 70, Grandes significaba Grande. Gómez Raggio, Álvarez Fonseca y Félix Sáenz. Me cuesta distinguirlos. Gómez Raggio tenía dos entradas. En los 80 cerraron una y abrieron la terraza para competir con El Corte Inglés. Yo entonces tenía un novio al que le gustaba merendar allí. Solía pedir tostada con mantequilla y mermelada. Siempre untaba la mermelada primero. Me temo que fue en aquella terraza donde supe que no teníamos ningún futuro juntos. De todos modos, mi infancia toda entera era Woolworth, otro gran almacén de nombre impronunciable, donde podías comprar desde un abrigo de piel para la Nancy a una colección de sellos falsos, desde el uniforme del colegio a un rallador de cebolla. A la entrada había una barra en forma de S con sillas giratorias. Recuerdo una jaula enorme llena de balones y un cilindro transparente con sacapuntas de figuritas. Mi hermana se hizo con todos. No tiendo a infinito o, lo que es lo mismo, al coleccionismo y sólo soy capaz de amar una cosa a la vez, así que sólo tuve un león. Aún lo conservo.