triunfa con risi

Mi padre fue durante años a un médico naturista. En casa éramos vegetarianos, al menos mi padre y yo. Me gustó desde niña el sabor agrio de la levadura de cerveza. El polen me cuesta y siempre toso. Tomar en ayunas jugo de cebolla es pan comido. Aún sigo cenando copos de avena. No sé si seguirán existiendo las galletas Vigor, ni una crema de frutas que se llamaba Vitanfruit. Qué hermosas palabras. Vigor, Vitanfruit, me suenan a islas olvidadas.

Mi vida era muy sana. Nada de pastelitos, nada de patatas fritas de sobre. Por eso, cuando en el anuncio sonaba aquella cancioncilla, "Patatín patatán, patatín patatán, patatas fritas Risi, a mí me gustan más", yo gritaba aún más fuerte que los niños del anuncio la última frase: "¡Triunfa con Risi!". Triunfar, supuse entonces, era conseguir aquel muñeco dentón con los brazos en jarra. Lo olvidé también, como tantas cosas, cuando mi padre empezó a comer chuletillas de cordero, y yo a coleccionar estampas Bimbo.

Supongo que conté esta historia muchas veces, como quien siembra con los ojos vendados, hasta que un día mi amigo Andrés apareció en casa con aquel muñeco. Triunfar era esto, me dije, saber esperar.

Años más tarde Andrés se convertiría en el padre de dos de mis sobrinos. Algún día les contaré a Darío y a Nadia esta historia, y les daré a Risi para que todo case, patatín patatán y todos los etc.