dunkin

Los chicles Dunkin no sabían de caries sabían de regalos. Nunca me ha gustado mascar cosas dulces, pero siempre me han gustado las cosas que caben en un puño. Al principio regalaban pósters de plástico de Tiro Loco, Cano y Canito, y personajes de Hanna-Barbera. Después vinieron las camisetas de fútbol. Las camisetas no eran más que una bolsa de plástico con el fondo abierto. Mi madre pidió una del Betis. Carrasquilla me dio a elegir: ¿Madrid o Barça? Y por ese motivo, tan irracional como otro cualquiera, fui del Barça durante la infancia. Conservo un chicle Dunkin. Me lo dio el kiosquero más maravilloso que he conocido (en su kiosco "La comita", en Puertollano), bajo la promesa de que no me lo metiera en la boca.

piki y nuria

Virgilio daba palmas, mientras conducía, para asustar a mi madre. Susy hacía deliciosos roscos de aceite. Los dos pintaban. Su casa tenía armarios oscuros donde me gustaba esconderme. El nombre de su calle me resultaba de lo más misterioso: Carril del ciprés. Piki sólo tendría dos años más que yo, pero era capaz de transformar mi bola gris de plastilina en figuras increíbles. Nuria tenía los ojos azules más grandes que he visto en mi vida, y confundía los limones con aceitunas. Una vez nos colamos en un privado de un bar que se llamaba "Margarito". A Piki lo vi por última vez en mi cuarto (tendría yo nueve años) y me dejó sobre la mesa una cabeza de caballo, en plastilina amarilla, con las crines azules. A Nuria me la encontré en una tienda (tendríamos quince años). Dijo que su color favorito era el fucsia.

leche colema

Hasta que se inventó el tetrabrick (el auténtico tetrabrick era el de la leche Ram, que venía en perfectos tetraedros imposibles de apilar) la leche venía en bolsas y había que consumirla en el día. En Carrasquilla, donde compraba mi madre, todas las mañanas había una caja llena de bolsas de leche fresca. La tienda entera olía a leche. Mi padre hizo un cartel para anunciar leche Colema. Me subió a la mesa del comedor, me dio un vaso enorme de leche y me hizo fotos. Después dibujó una vaca azul. Y eso que dice que no le gustan los expresionistas alemanes. Tardé años en darme cuenta de que Colema significaba Cooperativa Lechera Malagueña. Siempre he sido lenta yo.

regalos

En los 60 los regalos estaban de moda. Incluso productos tan poco infantiles como Omo, Ariel y la Quina San Clemente, regalaban muñecos. El caballero blanco de Omo, La pantera rosa desarmable de Ariel, Quinito vestido de tuno. Mis preferidas eran aquellas figuras de plástico, planas y acolchadas, que traía el Flan Royal. Sólo recuerdo dos tipos: los enanos de Blancanieves y Los picapiedra. Conservé a Dino durante años. Después vino a sustituirlo el burrito blanco de las Sábanas Burrito Blanco. El burrito precioso, todavía duerme conmigo, pero, ¿no es un nombre muy raro para llamarle a unas sábanas? Quizá la primera opción de la marca fue ponerles Sábanas Platero (por aquello de que su 50% acrílico era tan suave que parecía puro algodón), pero los descendientes de JRJ no estuvieron muy de acuerdo. Se ve que los regalos estaban de moda, pero todavía no el merchandising.

libreta de nacidos

Al nacer no traías un pan, traías una libreta con un escudo que daba susto. El Estado te regalaba 50 pesetas. Mi abuelo Manuel ingresó 200 más. Conservé la libreta activa hasta el Instituto. Disfrutaba con la cara de estupor del cajero cuando la desplegaba ante sus ojos para ingresar lo que ganaba pasando trabajos a máquina. Una tarde saqué todo lo que tenía y me compré una bici de carreras. Una preciosa y dorada Orbea Moncayo que me dio grandes satisfacciones. Muchos años después se la regalé al poeta Antonio Blanco, y me consta que le dio buen uso, pero eso es ya otra historia.

¿y de lolilla?

Mi madre cuenta que aprendimos a hacer pis juntas. Que mi madre y su madre nos ponían a cada una en un perico cada 15 minutos, para que aprendiéramos a no llevar pico. Y ya no recuerdo más de ella.

¿qué será de mario?

De Mario sólo tengo dos recuerdos, un coche antiguo plano de lata pegado a la puerta de su portal como una calcomanía gigante y la cocina de su casa. Más que la cocina, la mesa. Una mesa siempre plegada, de formica, donde Mario y yo comíamos. Aunque si digo Mario, veo un plato de sopa. Ni coche ni cocina ni piano rojo, un plato de sopa y la voz de su madre a mis espaldas, diciendo "Si no comes tú solo no irás más a su casa".

el piano rojo

Mi madre dice que nunca le hice caso, que sólo aporreaba las teclas cuando Mario venía a jugar a casa. Con tal de no prestárselo te sentabas encima, dice mi madre. Yo no me recuerdo caprichosa ni posesiva y Mario me gustaba, pero la palabra de mi madre va a misa. No sé cómo pudo tirarlo, supongo que aprovechó la confusión de la mudanza. Muchos años más tarde, vi un piano igual en el anticuario de calle Casapalma. Alberto me lo regaló. Al mío no le sonaba esta tecla, pulsé. Y no sonó. El mío estaba pintorreado por dentro. Y sonó otra vez, la flauta. Allí estaban mis garabatos a boli. Pero, ¿dónde estará Mario?

cleo

Nunca fui de muñecas, pero si tengo que quedarme con una ésa es Cleo. El pelo le olía a brea, el ombligo le asomaba bajo el pijama, me gustaba meterle el dedo en la boca. El pelo parecía estar hecho de púas, muchas veces me lo clavé en los ojos. Me la regalaron el día que cumplí un año. Mi hermana le pintó con boli espirales en la tripa, el pelo le daba alergia y mi madre se deshizo de Cleo. ¿Por qué me tiraste a Cleo?, es la frase qué más he repetido a lo largo de la historia. En el mercadillo de San Telmo, en Buenos Aires, encontré una Cleo. Inmediatamente busqué la firma de mi hermana. Nada, aquella Cleo no era la mía. Le besé el pelo y allí se quedó, esperando a otra niña loca.

la osita mateo

Nací en noviembre. En enero ya estaba conmigo. Mi padre cuenta que la compró en Tembury, le costó 125 pesetas. Todavía no tenía nombre o, si lo tenía, nadie la había nombrado. No sé quién le puso Mateo a pesar de llevar falda. ¿La primera osita travesti de la historia?, podría ser. Desde luego no parecía cumplir normas. De las cuatro patas le asomaban unos alambres duros y los ojos eran dos chinchetas de madera, tamaño tragable, exquisitamente afiladas. Mi hermana le arrancó los ojos, las orejas y el rabo, torera ella. Se las volví a coser con doce años. Doce años Mateo y yo. En enero del 2010 celebraremos 46 años juntas. O juntos.

malagueños de adopción

Soy infatigable. Puedo ser pesada hasta la extenuación, aunque debo decir que no hubo que insistir mucho. ¡Quien no tiene foto en el burrito del parque ni es malagueño ni es na!, les dije. Es que somos de Logroño, se defendieron. Carmen Beltrán y Enrique Kb, se dejaron retratar y ya son malagueños de por vida, porque Platero imprime carácter. "Poetas españoles puestos a caer de un burro", podría llamarse la foto. Qué amables por cederme los derechos de imagen.

el último verano

Sería bonito decir que todo empezó aquí, pero es mentira. Sí es verdad que aquel verano tomé la decisión de cortarme el pelo, deshacerme de aquella melena brillante que tuve que soportar hasta hacer la comunión. También fue el primer verano en que me rebelé a seguir vistiendo igual que mi hermana. Dos disgustos seguidos para mi madre. El burrito del parque nunca estaba frío como cabía esperar de una pieza metálica. Bien el sol, bien el culo de tantos y tantos niños, le mantenía templado el lomo. Lo monté muchas veces, pero mi padre sólo me retrató aquel verano del 73 en que los pies casi me llegaban al suelo. No recuerdo haber pasado vergüenza. Sí recuerdo que procuraba ponerme falda para sentirlo entre los muslos desnudos. Cuando vi la foto, también decidí no volver a subirme. Como cabía esperar, aquello no disgustó a nadie.