libreta diario

Nunca sabré con certeza de dónde viene mi afición al orden, a las listas. Recuerdo a mi padre, al llegar del trabajo, colocando meticulosamente sobre la cama lo que iba sacando de los bolsillos.

Yo hacía lo mismo con el material escolar que nos entregaban las monjas el primer día de clase: libretas en tres tamaños, dos bolígrafos, un lápiz y una goma. Libretas había de tres colores (verde, amarillo y rojo). A mí siempre me tocaron verdes. Mi favorita era la más pequeña, a la que las monjas llamaban Diario. En la primera página nos hacían copiar el horario de clases. Después debíamos usarla únicamente para apuntar los deberes del día siguiente. Dibujé muchas veces en las últimas páginas. Aquella libreta áspera me gustaba muchísimo. Olía a septiembre.

También me gustaba el olor de las tarjetas perforadas que mi padre traía del trabajo, llenas de ceros, llenas de unos, con sus diminutos agujeros cuadrados. Por las noches, mi padre, apuntaba en el reverso cosas que tenía que comprar (perborato, betún, minas del 0,5). Y yo lo observaba sin que se diera cuenta, y pensaba que me gustaban más sus deberes que los míos.