dunkin

Los chicles Dunkin no sabían de caries sabían de regalos. Nunca me ha gustado mascar cosas dulces, pero siempre me han gustado las cosas que caben en un puño. Al principio regalaban pósters de plástico de Tiro Loco, Cano y Canito, y personajes de Hanna-Barbera. Después vinieron las camisetas de fútbol. Las camisetas no eran más que una bolsa de plástico con el fondo abierto. Mi madre pidió una del Betis. Carrasquilla me dio a elegir: ¿Madrid o Barça? Y por ese motivo, tan irracional como otro cualquiera, fui del Barça durante la infancia. Conservo un chicle Dunkin. Me lo dio el kiosquero más maravilloso que he conocido (en su kiosco "La comita", en Puertollano), bajo la promesa de que no me lo metiera en la boca.